Siempre he sentido que los seres humanos somos como un cristal cuya misión es brillar para alumbrar a otros… Siento también que este cristal debe proyectar una luz única y propia que nos convierten en piedras irrepetibles y valiosas. Por diversas razones esa luz brilla en distintas intensidades, en diversas ocasiones, brilla en la medida que puede, algunas veces en forma tenue que apenas se percibe a simple vista y en otras, tan fuerte que encandila. En algunas ocasiones el cristal está lleno de polvo y no evidencia su brillo. En otras ilumina cálidamente para dar la sensación de acogida y otras, en forma fría pero efectiva. Hay circunstancias en las que ni siquiera se han encendido y ahí pienso en Dios. Él es la fuente inagotable de energía el que hace que mi luz brille a su antojo. Hoy, después de muchos, muchos años siguiéndolo y buscándolo incansablemente confirmo que él y sólo él es al único que debo recurrir para pedirle que me haga brillar, confirmo que él es mi fuente inagotable, confirmo que es él el que me guiará siempre hacia las personas y a los lugares correctos en lo que debo dejar que a través de la luz que él me regala, el mismo se pueda hacer presente y yo como su instrumento a través, de mi actuar, de mis palabras y de mis acciones permita que él me deje ser la luz que él quiere que brille y que sea.
Por esto y por mucho más, pido mi sacramento de la confirmación.
